La osteopatía parte de una filosofía de tratamiento que se apoya en los principios que Andrew Taylor Still enunció a finales del siglo XIX, y que están basados en el concepto de que el ser humano es una unidad dinámica funcional en la que todas las partes están interrelacionadas y que posee sus propios mecanismos de auto-regulación y auto-curación. Es, por tanto, una terapia de carácter holístico, centrada en el individuo y no en la patología. Las señales y síntomas que presenta el paciente son la consecuencia de la interacción de factores físicos y no físicos. El osteópata deberá valerse de sus conocimientos médicos y científicos para reconocer esa interacción particular en cada caso.
La osteopatía pediátrica supone la aplicación y traslación de estos principios osteopáticos a las fases de concepción, gestación, nacimiento y desarrollo del individuo. La forma en que cada paciente reaccionará ante las disfunciones o enfermedades viene dada no sólo por los aspectos biológicos sino también por el entorno social y cultural, las emociones, las creencias, así como por las actitudes y expectativas de la persona. Esta combinación de factores biopsicosociales que presenta el individuo se ha formado a lo largo de su crecimiento y desarrollo. Por tanto, se hace difícil contemplar la osteopatía de forma holística si no se tiene en cuenta cómo se produjeron las diferentes fases evolutivas del paciente.
Se puede apreciar entonces que la osteopatía pediátrica no tiene sólo una aplicación inmediata y directa sobre bebés y niños, sino también, de forma indirecta, sobre los adultos, ya que nos ayuda a entender cómo se han podido instaurar los diferentes patrones de lesión en el paciente adulto.
En esta línea, los objetivos osteopáticos al trabajar con los peques son los mismos que al trabajar con los adultos, es decir, mejorar y favorecer todos los aspectos de la salud y del desarrollo saludable. Y, para conseguir estos objetivos, el osteópata se sirve de las herramientas de que ya dispone, es decir, de las técnicas craneales, viscerales y estructurales adaptadas a las diferentes edades del niño.
El tratamiento osteopático tiene además un gran campo de actuación, ya que podemos enfocarlo hacia una finalidad preventiva, curativa, paliativa o coadyuvante. El osteópata pediátrico tiene la capacidad de actuar sobre un cólico del lactante, o sobre un reflujo; puede paliar los efectos de una otitis y trabajar para que no vuelva a producirse; o bien, puede trabajar con problemas estructurales del desarrollo de niño, como una plagiocefalia o una escoliosis, entre otros muchos. Pero, sobre todo, el osteópata tiene la capacidad de quitar barreras al desarrollo del niño, fomentando que pueda tener un crecimiento equilibrado y armónico. Aquí es donde entra en juego la importancia del aspecto preventivo de la osteopatía. Es fundamental revisar a todos los bebés desde que nacen. Al igual que llevamos a nuestros hijos al pediatra de forma periódica, deberíamos llevarlos al osteópata para que revise el normal desarrollo del bebé.
Y lo más importante de todo este proceso es implicar a los padres en el crecimiento de su hijo, haciéndoles partícipes de lo que suponen las diferentes etapas de desarrollo del niño y cómo ellos pueden colaborar y participar en su evolución, haciendo que sea un viaje motivador y enriquecedor para la familia.